Turbando la calma del inmenso estanque, una mancha pelirroja sobresalió de las aguas. Era una bella náyade, que miraba distraída los escombros y los cuerpos que iban saliendo a flote. Entonces, al ver el cuerpo inerte del caballero a su lado, con la cabeza inclinada y dibujando una cándida sonrisa en los labios, la ninfa exclamó: ¡oh, qué hermoso es este! Qué lástima, cuanto lo habría amado.
Ondina